La verdad es que sí me preocupa recibir baldes y más baldes de todo tipo de información todos los días. Es natural, creo, querer conocer y entender lo mejor posible a mi mundo. Es cosa de atreverse a la primera pregunta para convertirse en un curioso irremediable. De un periódico a otro; la recomendación de un tweet; la noticia sugerida en facebook; la reflexión de un post en un blog, y así sucesivamente, se pasan las horas, se enrojecen los ojos y nos preguntamos por qué cada año nos aumenta la graduación de la vista. Qué bueno diré, que en algo útil se esté gastando. Pero, a la vez, también me inquieta el calibre y la calidad de mi filtro visual. ¿Todo lo que leo me será útil?, ¿con qué debo quedarme?, ¿estoy absorbiendo engaño o es esto real?, ¿me sirve; es de provecho –porque para desperdiciar el tiempo en cosas banales sobran las invitaciones-? En esto mismo sentido, he leído no sé cuántas veces el primer capítulo de Proverbios pero, como siempre pasa con los pasajes de la Biblia, le encontré nuevo sabor a una porción anteriormente revisada: el verso 4. Una vez más compruebo mi ignorancia y redescubro la palabra “sagacidad” a concederse a los simples si es que se someten a Jehová (verso 7). El sinónimo de esta palabra, la prudencia, me dice que es “discernir y distinguir lo que es bueno o malo, para seguirlo o huir de ello.”
Me quedo con la recomendación de buscar y atender a Jehová antes que a nada o nadie para reconocer entre lo bueno y lo malo. Esta es la clave, éste es mi filtro preciso.
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