El hombre estaba destinado a dudar de sí, pero no de la verdad; ha sucedido precisamente lo contrario.
Actualmente la
parte del hombre que el hombre proclama, es exactamente la parte que no debía proclamar:
su propio yo. La parte que pone en duda, es exactamente la parte de la cual no
debía dudar: la razón Divina. Huxley, predicó una humildad que se conformaba
con aprender de la naturaleza. Pero el escéptico de nuevo cuño es tan humilde,
que duda hasta de poder aprender. De ahí resulta que si nos hubiéramos
apresurado a decir que no existe una humildad típica de nuestro tiempo, nos
hubiéramos equivocado. La verdad es que hay una real humildad típica de nuestro
tiempo. Pero ocurre que, prácticamente, es una humildad tan envenenada como la
más desorbitada de las postraciones del asceta. La vieja humildad era una
espuela que impedía al hombre detenerse; no un clavo en su zapato que le
impedía progresar. Porque una vieja humildad hacía que el hombre dudara de su
esfuerzo, lo cual lo conducía a trabajar más duro. Pero la nueva humildad hace
que el hombre dude su meta, lo cual conduce a cesar su esfuerzo por completo.
Ortodoxia de
G. K. Chesterton
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