lunes, 28 de noviembre de 2011

Palabras



Siento nostalgia cuando veo cómo las palabras van perdiendo su valor.  No me convence esa extraña costumbre que estamos adoptando de repartir sin prestar valor a nuestras más preciadas palabras. ¿Cómo está eso de amar unos zapatos, una película o una canción? ¿De odiar un mal peinado, el puré de papas o un libro? ¿Tan inconstantes seremos en carácter que debemos recurrir al tesoro de nuestros adjetivos, sustantivos y verbos para convencer cuando hablamos? No sé,  por lo menos en lo tocante a mí, me sobran dedos de una mano para contar las cosas que amo. Me gustan muchas sí, y espero para mi interlocutor un “me gusta” o un “muy padre” basten. ¿Y de provocarme odio? No las anotaré aquí. “No me gustó” es más que suficiente.

Quizá por eso siento respeto por quienes piensan antes de hablar. Por quienes me obligan a meditar en la importancia de sus palabras porque precisamente se pronuncian con énfasis y se alternan con silencios.

Yo sí extraño no dudar de las palabras, y me desilusiona la contradicción entre los rostros y labios.  

La introducción de la luz




La introducción de la luz disipa las tinieblas. La introducción de la luz a mi vida, a través de Jesucristo reconocido como mi Salvador y Señor, me lleva también a un gran combate de padecimientos. En la iluminación de mi intelecto que se ve en la disyuntiva de modificar sus pensamientos a los de Dios; en el área de los sentimientos que se inclinan a adoptar su sentir y no el mío, engañoso. Su sentir que ve a las multitudes con compasión. Se sujeta, en sabiduría, a la mente y a la voluntad. Y en este combate de padecimientos, mi voluntad es iluminada. Nunca obligada a decidir por el camino de Dios; pero sí enseñada y prevenida de las tristes consecuencias de no tomarlo.

De la meditación La introducción de la luz trae un gran combate de padecimientos, de Héctor Valay. 27 de noviembre, 2011.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

I Can See Your Love



Más de 30 veces, sin exagerar, de escuchar esta canción. Espero también te guste.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Lluvia de hojas


Me debo a la sinceridad, todo lo demás se vomita por falso. Disculpa mi inicio grosero, pero como que me hace falta café. Decía, ayer le pregunté a una joven foránea residente en Tijuana qué opinaba de mi Tijuana. Tuve que hablar con verdad cuando la vi titubear. Visualmente hablando, sé que no ofrece mucho, dije. Tendrá sus atractivos un tanto abstractos, por así llamarlos; tampoco la pueda desdeñar sin darle oportunidad para defenderse. Más si como para la que escribe tiene un punto de vista tan parcial, naciendo y habiendo crecido en esa ciudad. Tijuana se compone de una fascinante multiculturalidad, de exquisita comida, y es punto estratégico para otras ciudades (Ensenada, Rosarito, San Diego, etc.), pero a la vista, reconozco queda corta; excluyendo su playa.

Pensaba en esto cuando, fuera de la Baja, caminaba en medio de un perfecto otoño de hojas rojizas, amarillas, y anaranjadísimas lloviendo del cielo. Concluí que estaba recibiendo de Dios un tour individual de su obra personal. Me mantuvo, resta decir, completamente atenta en ojos y oídos por no menos de una hora. Al final no supe qué decir más que gracias. En cambio recibí un simple y franco de nada.

Espero perdones mi fascinación al contarte mi experiencia del crujir de las hojas cuando paso sobre ellas, pero comprende vengo de un lugar desértico que, vaya la redundancia, imposible es que se preste a este escenario. Simplemente no deja de maravillarme la grande y maravillosa creación de Dios. Si tan solo nos prestásemos a observarla con detenimiento quedaríamos... felizmente asombrados.

“Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos.” Salmo 19:1