Me debo a la sinceridad,
todo lo demás se vomita por falso. Disculpa mi inicio grosero, pero como que me
hace falta café. Decía, ayer le pregunté a una joven foránea residente en
Tijuana qué opinaba de mi Tijuana. Tuve que hablar con verdad cuando la vi titubear.
Visualmente hablando, sé que no ofrece mucho, dije. Tendrá sus atractivos un
tanto abstractos, por así llamarlos; tampoco la pueda desdeñar sin darle
oportunidad para defenderse. Más si como para la que escribe tiene un punto de
vista tan parcial, naciendo y habiendo crecido en esa ciudad. Tijuana se
compone de una fascinante multiculturalidad, de exquisita comida, y es punto
estratégico para otras ciudades (Ensenada, Rosarito, San Diego, etc.), pero a
la vista, reconozco queda corta; excluyendo su playa.
Pensaba en esto cuando,
fuera de la Baja, caminaba en medio de un perfecto otoño de hojas rojizas,
amarillas, y anaranjadísimas lloviendo del cielo. Concluí que estaba recibiendo
de Dios un tour individual de su obra personal. Me mantuvo, resta decir,
completamente atenta en ojos y oídos por no menos de una hora. Al final no supe
qué decir más que gracias. En cambio recibí un simple y franco de nada.
Espero perdones mi fascinación
al contarte mi experiencia del crujir de las hojas cuando paso sobre ellas,
pero comprende vengo de un lugar desértico que, vaya la redundancia, imposible
es que se preste a este escenario. Simplemente no deja de maravillarme la
grande y maravillosa creación de Dios. Si tan solo nos prestásemos a
observarla con detenimiento quedaríamos... felizmente asombrados.
“Los cielos cuentan la
gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos.” Salmo 19:1
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