Nos aventuramos a la calle para ver qué veíamos en
medio de la oscuridad. Sí, así empieza mi torpe texto porque la longitud de
nuestras vistas llegaba a muy poco sin postes de luz funcionando, letreros
comerciales ni semáforos para apoyarla. Es muy fácil olvidar lo que es la
verdadera oscuridad cuando se vive en una ciudad donde gracias a la
contaminación lumínica es casi imposible apreciar las estrellas. Se aprende a dormir
y despertar con luz. Pocas veces en la vida he tenido la experiencia de tener
mi mano a escasos centímetros mis ojos sin poder distinguir ni una sola de sus
sombras; sin estar consciente que ahí está frente a mí solo porque la siento,
la puedo mover de aquí a allá. El apagón del pasado 8 de septiembre en el norte
de B.C., el sur en ciertas zonas de California, y un poco más allá en nuestro
vecino Este produjo una muy interesante confusión. La gente como sin saber qué
hacer con tiempo en sus manos no sabía si prestarse a dejarse llevar por el
temor o aparentar un perfecta calma; total, estos apagones siempre duran menos de
un par de horas, es lo que la mayoría pensaba –me imagino-. Pero esta vez
pasaron las horas y seguíamos en la penumbra. Las personalidades, sin las
comunes máscaras, y como siempre sucede en los tiempos de inquietud, brotaron
maravillosamente: desde los que en compras de pánico hicieron largas filas en
las hieleras parar cargas bolsas y más bolsas de hielo en sus cajuelas, los que
llamaron a cada uno de sus familiares para preguntar si estaban bien, hasta los
que simplemente se sentaron en las salas de sus casas a disfrutar de un café a
platicar con su familia con la luz que un par de velas puede aportar. Pero lo
que estoy casi segura la mayoría experimentó fue un profunda reflexión, bueno,
dejémosle en reflexión, sobre si sabríamos cómo actuar en una crisis mayor. No
quiero ni pensarlo, pero quizá un terremoto, o cualquier otro desastre natural.
A quién acudiríamos si resulta que un día no solo nos faltara luz sino también
el agua, la comida… y ni siquiera mencionarlo: el internet (anoto la palabra “sarcasmo”
para que no me definan como insensible). Cuando estuviéramos experimentando lo
que vemos en las notas periodísticas les sucede a tantos, a la mayoría, que
simplemente día a día perdieron lo llamado por la humanidad “una vida digna”.
No deseo invocar nada, ni menospreciar todos aquellos
avisados que han sabido armar y guardar sus botiquines de primeros auxilios y supervivencia.
Solo recordar que no estamos exentos de nada y que de nuevo la vida nos
demuestra no es de confiar la aparente estabilidad que nos ofrece el hombre.
Yo por lo menos desearía siempre invocar al que no duda en socorrer al que se
lo pide de corazón. A los justos que han reconocido tiene todo señorío y pueden
beneficiarse de su protección pues pertenecen a su amado Hijo Jesús.
“¿De dónde vendrá mi socorro?
Mi socorro viene de Jehová,
que hizo los cielos y la tierra.”
Salmo
121: 1 y 2
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