jueves, 8 de septiembre de 2011

Debes saber… seguro, debes saber


No sé si está por terminar o se prolongará por un tiempo más esta temporada que me ha tenido básicamente y en dos simples palabras: sentimentalmente enajenada. Qué más quisiera si al final de cuentas soy mujer, pero seamos realistas: este mundo no es ni fue diseñado para ser un cuento de hadas. Bueno, en este caso: una eterna y perfecta novela romántica. Tengo varias semanas repasando, porque habrá tiempo atrás que las había hojeado sin curiosidad, las clásicas novelas de Jane Austen. Una semana aseguro no podré enamorarme más de alguien diferente al señor Darcy y recuerdo al pasar las hojas de la novela de Emma el carácter y proceder del señor Knightley, y no sé al final por quién decidir; me convenzo por fin puedo inclinarme por los dos. De Eduardo o del Coronel Brandon en Sentido y Sensibilidad no caí desmayada al piso, de eso mínimo me puedo enorgullecer. ¡Ah!, aquellos tiempos cuando la sociedad aplaudía los resultados del amor cultivado; cuando la base del galanteo espiritual y mental ocupaban su justo sitio para ser fortalecido, a su tiempo, por el carnal. Cuando se estimulaba una mujer fuera respetada y amada por su vigor, su inteligencia y después por su belleza externa. Creo que más satisfecho no se puede quedar con un historia de amor proyectada en cine que Orgullo y Prejuicio versión 2005, y sin ningún beso (verdadera hazaña para nuestra época). Versiones de estas historias llevadas a televisión no sé cuántas vi, las de cine, todas, creo.

Pero a quién engaño, o pocos quizá, sé que este tiempo de enamoramiento terminará: mi persona siempre se inclina al negativismo. No al de Shakespeare que dejaría todo por amor, que conduce al suicidio. El veneno antes que vivir sin el “amor romántico” (porque debemos aclarar cuál tipo). Negativa en que conozco que todos estos personajes son idílicos, pertenecen al fino y perfumado papel en el que fueron escritos y no a carne y hueso. Nos lo corrobora el mismo ejemplo de la misma Austen que nunca se casó. Llegará el tiempo en que la sensación al que elevan este tipo de novelas cederá su curso natural para descender. Pero quizá… tal vez mi sueño no necesariamente deba terminar tan bruscamente: no seré tan extremista, debo admitir que las mujeres tenemos el confort de conocer un poco del señor Darcy en unos cuantos varones de por ahí, de tener a nuestra disposición de un pequeño tanto del señor Knightley en varios de nuestro alrededor. Ante mí, por lo menos (y refiriéndome a lo más) siempre tendré al más caballeroso de los caballeros, a Jesús, extendiéndome su gentil mano diciéndome, así como el señor Darcy le dijo a su amada Lizzy al final de la versión de cine de Orgullo y Prejuicio: “You must know… surely, you must know it was all for you”/ “Debes saber… seguro, debes saber que todo lo que hice fue por ti” (mi propia vida por ti). Esta sí es mi más íntima y romántica realidad.

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