Ni es oída su voz. Por toda la tierra salió su voz, y hasta el extremo del mundo sus palabras.
viernes, 23 de septiembre de 2011
lunes, 12 de septiembre de 2011
Un par de velas
Nos aventuramos a la calle para ver qué veíamos en
medio de la oscuridad. Sí, así empieza mi torpe texto porque la longitud de
nuestras vistas llegaba a muy poco sin postes de luz funcionando, letreros
comerciales ni semáforos para apoyarla. Es muy fácil olvidar lo que es la
verdadera oscuridad cuando se vive en una ciudad donde gracias a la
contaminación lumínica es casi imposible apreciar las estrellas. Se aprende a dormir
y despertar con luz. Pocas veces en la vida he tenido la experiencia de tener
mi mano a escasos centímetros mis ojos sin poder distinguir ni una sola de sus
sombras; sin estar consciente que ahí está frente a mí solo porque la siento,
la puedo mover de aquí a allá. El apagón del pasado 8 de septiembre en el norte
de B.C., el sur en ciertas zonas de California, y un poco más allá en nuestro
vecino Este produjo una muy interesante confusión. La gente como sin saber qué
hacer con tiempo en sus manos no sabía si prestarse a dejarse llevar por el
temor o aparentar un perfecta calma; total, estos apagones siempre duran menos de
un par de horas, es lo que la mayoría pensaba –me imagino-. Pero esta vez
pasaron las horas y seguíamos en la penumbra. Las personalidades, sin las
comunes máscaras, y como siempre sucede en los tiempos de inquietud, brotaron
maravillosamente: desde los que en compras de pánico hicieron largas filas en
las hieleras parar cargas bolsas y más bolsas de hielo en sus cajuelas, los que
llamaron a cada uno de sus familiares para preguntar si estaban bien, hasta los
que simplemente se sentaron en las salas de sus casas a disfrutar de un café a
platicar con su familia con la luz que un par de velas puede aportar. Pero lo
que estoy casi segura la mayoría experimentó fue un profunda reflexión, bueno,
dejémosle en reflexión, sobre si sabríamos cómo actuar en una crisis mayor. No
quiero ni pensarlo, pero quizá un terremoto, o cualquier otro desastre natural.
A quién acudiríamos si resulta que un día no solo nos faltara luz sino también
el agua, la comida… y ni siquiera mencionarlo: el internet (anoto la palabra “sarcasmo”
para que no me definan como insensible). Cuando estuviéramos experimentando lo
que vemos en las notas periodísticas les sucede a tantos, a la mayoría, que
simplemente día a día perdieron lo llamado por la humanidad “una vida digna”.
No deseo invocar nada, ni menospreciar todos aquellos
avisados que han sabido armar y guardar sus botiquines de primeros auxilios y supervivencia.
Solo recordar que no estamos exentos de nada y que de nuevo la vida nos
demuestra no es de confiar la aparente estabilidad que nos ofrece el hombre.
Yo por lo menos desearía siempre invocar al que no duda en socorrer al que se
lo pide de corazón. A los justos que han reconocido tiene todo señorío y pueden
beneficiarse de su protección pues pertenecen a su amado Hijo Jesús.
“¿De dónde vendrá mi socorro?
Mi socorro viene de Jehová,
que hizo los cielos y la tierra.”
Salmo
121: 1 y 2
jueves, 8 de septiembre de 2011
Debes saber… seguro, debes saber
No sé si está por terminar o se prolongará por un tiempo más esta temporada que me ha tenido básicamente y en dos simples palabras: sentimentalmente enajenada. Qué más quisiera si al final de cuentas soy mujer, pero seamos realistas: este mundo no es ni fue diseñado para ser un cuento de hadas. Bueno, en este caso: una eterna y perfecta novela romántica. Tengo varias semanas repasando, porque habrá tiempo atrás que las había hojeado sin curiosidad, las clásicas novelas de Jane Austen. Una semana aseguro no podré enamorarme más de alguien diferente al señor Darcy y recuerdo al pasar las hojas de la novela de Emma el carácter y proceder del señor Knightley, y no sé al final por quién decidir; me convenzo por fin puedo inclinarme por los dos. De Eduardo o del Coronel Brandon en Sentido y Sensibilidad no caí desmayada al piso, de eso mínimo me puedo enorgullecer. ¡Ah!, aquellos tiempos cuando la sociedad aplaudía los resultados del amor cultivado; cuando la base del galanteo espiritual y mental ocupaban su justo sitio para ser fortalecido, a su tiempo, por el carnal. Cuando se estimulaba una mujer fuera respetada y amada por su vigor, su inteligencia y después por su belleza externa. Creo que más satisfecho no se puede quedar con un historia de amor proyectada en cine que Orgullo y Prejuicio versión 2005, y sin ningún beso (verdadera hazaña para nuestra época). Versiones de estas historias llevadas a televisión no sé cuántas vi, las de cine, todas, creo.
Pero a quién engaño, o pocos quizá, sé que este tiempo de enamoramiento terminará: mi persona siempre se inclina al negativismo. No al de Shakespeare que dejaría todo por amor, que conduce al suicidio. El veneno antes que vivir sin el “amor romántico” (porque debemos aclarar cuál tipo). Negativa en que conozco que todos estos personajes son idílicos, pertenecen al fino y perfumado papel en el que fueron escritos y no a carne y hueso. Nos lo corrobora el mismo ejemplo de la misma Austen que nunca se casó. Llegará el tiempo en que la sensación al que elevan este tipo de novelas cederá su curso natural para descender. Pero quizá… tal vez mi sueño no necesariamente deba terminar tan bruscamente: no seré tan extremista, debo admitir que las mujeres tenemos el confort de conocer un poco del señor Darcy en unos cuantos varones de por ahí, de tener a nuestra disposición de un pequeño tanto del señor Knightley en varios de nuestro alrededor. Ante mí, por lo menos (y refiriéndome a lo más) siempre tendré al más caballeroso de los caballeros, a Jesús, extendiéndome su gentil mano diciéndome, así como el señor Darcy le dijo a su amada Lizzy al final de la versión de cine de Orgullo y Prejuicio: “You must know… surely, you must know it was all for you”/ “Debes saber… seguro, debes saber que todo lo que hice fue por ti” (mi propia vida por ti). Esta sí es mi más íntima y romántica realidad.
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