Y desperté en mi cumpleaños viendo, y bien. Gracias a
mi Dios porque por unos cuantos años, si es su voluntad que permanezca en mí el
aliento de vida, podré levantarme y acostarme sin la ayuda de unos lentes. No
es que antes me quejara. Es bonito usar anteojos. En ocasiones portan cierta
elegancia y en otras te suman conocimiento. Te puedas quedar quitecito, como
viendo el horizonte, como en los portales de los intelectuales famosos, y la
gente pensará que de tanto leer se te ha acabado la vista, que más vale elabore
bien sus preguntas y no pasar por tonta si es su intención abordarte. Pero decidí
experimentar mi vida sin esa pequeña esclavitud de 10 segundos de todas las
mañanas al ponerme los lentes de contacto en cada ojo y por 10 segundos de mi
vida en la mañana me sentí libre. Quizá me libré de otros 10 más cuando los
ojos estaban cansados y se resistían a cualquier tipo de cuerpo extraño. Es una
nueva experiencia y se siente bien. Dejaré para un después próximo a la
presbicia. Pero más que esto, estoy agradecida a la fuente de todas mis
esperanzas y genuinas satisfacciones por un año más a mi lado: a mi Señor
Jesucristo. Si él conmigo… lo demás vendrá y como en todo en esta frágil vida terrenal, pasará.
Tú y yo, Señor, este nuevo año sea bienvenido.