Ni es oída su voz. Por toda la tierra salió su voz, y hasta el extremo del mundo sus palabras.
miércoles, 14 de julio de 2010
jueves, 1 de julio de 2010
Fácilmente puedo caer en la desesperación. Si yo también confiara en lo que veo y no en lo que sé puede hacer mi Dios, también sería de mi vida un miedo constante. Mejor tomémonos de este versículo –como se me compartió el domingo pasado-: “Me ACUERDO de estas cosas, y derramo mi alma dentro de mí; de cómo yo fui con la multitud, y la conduje hasta la casa de Dios, entre voces de alegría y de alabanza del pueblo en fiesta. ¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí…” Salmos 42: 4 y 5.
Y como de chica también se me enseñó cómo Dios en el Antiguo Testamento demandaba se montara un altar de piedras cada vez que le daba victoria a su pueblo Israel. “Piedras ¿para qué?” –decía. Para recordar; recordar desde dónde nos ha sacada Dios; la grandeza de nuestro enemigo; y nuestra constante debilidad. Recordar que Él es más y sobre lo que nuestros ojos están midiendo es lógico tiene que pasar.